La ballena franca austral (Eubalaena australis) es una especie icónica de las costas de la Patagonia argentina, declarada Monumento Natural Nacional en 1984. Se destaca por su gran tamaño; puede medir hasta 17 metros de largo y pesar hasta 60 toneladas. Cada año, a partir de mayo comienzan a llegar a las tranquilas aguas de los golfos norpatagónicos, en Península Valdés, para tener a sus crías, y permanecen ahí hasta los últimos meses del año cuando inician su migración hacia las áreas de alimentación en el océano. Su nombre en inglés "right whale" tiene un origen poco feliz; fue otorgado por balleneros de antaño de Europa y Norteamérica para señalarla como la especie "indicada" para ser cazada por ser más lenta que otras, tener barbas más largas, producir más aceite y flotar al morir. Tal fue la presión sufrida que, de una población original previa a la caza estimada en más de 100.000 individuos, quedaban unos pocos centenares a principios del siglo XX, restringidos a las costas de Sudáfrica, Nueva Zelanda y Argentina. Y si bien los países balleneros acordaron dejar de cazarla a comienzos de 1900, la matanza ilegal continuó hasta 1970. En las últimas décadas, esta población ha mostrado un crecimiento sostenido y actualmente ronda los 5.000 animales. Su estado de conservación es "De preocupación menor" según criterios de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Y desde 2013, Península Valdés fue declarada como área marina protegida oceánica de Argentina.
La ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) es reconocida por sus particulares aletas pectorales y su aleta dorsal ubicada sobre una pequeña joroba. También se destaca por la belleza y complejidad de su canto y su gran capacidad de salto, que le permite realizar llamativos giros y acrobacias. Es una especie cosmopolita, frecuente en zonas costeras y de plataforma de todos los océanos. En Sudamérica realiza migraciones desde las áreas de alimentación estivales, en aguas australes templadas y frías, hacia las áreas de reproducción invernales en mares tropicales y subtropicales. En Argentina es una de las especies más observadas en las costas del Golfo San Jorge, el Canal Beagle, la Península Antártica y las islas Orcadas del Sur. En el Canal Beagle, Tierra del Fuego, su presencia ha sido reportada desde 1979, y fue incrementándose a partir de la década del 90.
Ballena jorobada. Crédito: Shutterstock.
Desafíos
Si bien el estado de conservación de estas especies de ballenas actualmente se considera “De preocupación menor”, ambas enfrentan desafíos en Argentina: la contaminación marina por petróleo crudo y plásticos, la pesca fantasma (redes o artes pesqueros que se pierden o quedan abandonados y pueden originar enmallamientos); la contaminación acústica (por navegación intensa, prospección sísmica); las colisiones con embarcaciones turísticas y pesqueras (que pueden generar heridas profundas o la muerte de los individuos), y las alteraciones generadas por el cambio climático (como los eventos de aumento de biomasa de algas tóxicas que les ocasionan la muerte). Por eso, el monitoreo de las ballenas sigue siendo indispensable para continuar relevando datos esenciales acerca de cómo utilizan el mar en sus diferentes etapas y ciclos de vida, y elaborar recomendaciones para mitigar estos riesgos e impactos.
Nuestro trabajo
Desde la década de 1960 estudiamos el comportamiento y promovemos la conservación de la ballena franca austral. Formamos parte del proyecto colaborativo de investigación Siguiendo Ballenas (www.siguiendoballenas.org), que mediante tecnología satelital registra su permanencia y uso de los golfos norpatagónicos y sus trayectorias por el Atlántico sudoccidental y los mares subantárticos. Con esta información es posible inferir el solapamiento con actividades humanas, sustentar la importancia de las áreas marinas protegidas y elaborar recomendaciones para regular actividades pesqueras, hidrocarburíferas y de transporte naviero que podrían impactarlas. El desarrollo de mejores tecnologías para el estudio de las ballenas y de los océanos permiten obtener cada vez más y mejor información sobre la localización de cada individuo; así como valiosos datos sobre oceanografía para entender cómo usan los ambientes marinos y prever cómo lo harían frente al impacto del cambio climático. Además, trabajamos con los gobiernos provinciales para proteger los hábitats críticos de esta especie en aguas costeras mediante la creación y el manejo de áreas protegidas.
Desde 2013 también apoyamos la investigación de la ballena jorobada en el Canal Beagle. Acompañamos un proyecto de ciencia ciudadana de fotoidentificación, liderado por el grupo de mamíferos marinos del Laboratorio de Ecología y Conservación de Vida Silvestre del CADIC- CONICET (Centro Austral de Investigaciones Científicas y Técnicas), junto al Proyecto IMMA (Investigaciones en Mamíferos Marinos Australes) y Compromiso Onashaga. La iniciativa busca integrar los registros fotográficos y fílmicos obtenidos por capitanes, tripulaciones, guías, fotógrafos, turistas y ciudadanos, y analizarlos con técnicas de fotoidentificación (identificando rasgos distintivos de su aleta dorsal) creando un programa de monitoreo a largo plazo de esta especie que permite conocer el número de ballenas que ingresan al canal, su variación entre temporadas, el tiempo de permanencia en el área, y otros rasgos de interés demográfico y ecológico. Como resultado, se generó un catálogo que reúne a los individuos identificados. Además, la comparación con catálogos de otras regiones brinda información sobre sus rutas migratorias y sus historias de vida.